REVIVIENDO
Quedaban tres meses y medio para volver a ser 16 de octubre, y por estas fechas pasé de pensar únicamente en cuantos meses tendría, a también recordar de nuevo los maravillosos últimos meses de embarazo, viendo como pasaba el tiempo, como cada vez quedaba menos, con la alegría y la ilusión de saber que todo iba bien, con la esperanza y la emoción de pensar en el maravilloso momento en el que la viera por primera vez.
Si el año pasado estaba deseando que pasara el tiempo, éste no quería. No quería pensar en esas emociones y que conforme fuera pasando el tiempo me acercara más a la realidad. Este año, este 16 de octubre ya no habría ilusión, ni alegría. Era una tortura, un miedo horroroso al recordar mis emociones del verano pasado y ahora todo era distinto.
Este mes de julio fue muy malo. El día 18 era el bautizo de nuestra ahijada y hubiera deseado no poder asistir (ya lo contaré), pero no salió bien y el 17 por la tarde exploté y tuve que llamar a mi amiga-psicóloga hinchándome a llorar para poder desahogarme y soltar todo lo que llevaba dentro y que durante días había ido reprimiendo. Y me desahogué y me quedé más tranquila y como siempre sus palabras me ayudaron, me calmaron.
Ya me encontraba mejor y el sábado 18 fuimos al bautizo de nuestra ahijada. Fue un bautizo sencillo, no tan bonito como el del pequeño garbanzo, pero estábamos entre amigos y sus familias que estuvieron pendientes de nosotros constantemente, para que estuviéramos a gusto, comiéramos, nos distrajéramos.
La madre de mi amiga nos invitó a que fuéramos un día a comer a su casa de la playa pero declinamos su ofrecimiento para más adelante, porque ese año no queríamos ir a la playa, sobre todo Juan Carlos. ¡Le dolía tanto pensar en los planes que habíamos hecho el verano anterior con nuestra hija!. Terminamos en casa de ellos, tomando una copa, y hablando de todo un poco. Y salio el tema de cuando ella me llamó al hospital para decirme que se hubiera cambiado por mí, y lloró y de nuevo me lo volvió a decir. Que ellos ya tenían dos hijos más y que no era justo. De nuevo lo agradecimos, y que más decir. Nos faltarían palabras de agradecimiento. Bueno nuestra pequeña ahijada ya estaba también bautizada.
Vida mía, ¡cuantos planes rotos!, ¡cuánto te echamos de menos!
INTENTÁNDOLO
Para las que me habéis animado desde el cariño y el respeto, para las que la vida de mi hija Ángela os ha llegado al corazón, y para mí es lo más importante, quiero compartir con vosotras algo que a día de hoy a parte de mis médicos (ginecólogos, amiga-psicóloga, doctora de cabecera), y dos personas más nadie sabe.
En el mes de julio (2009), pensando en lo que me había dicho mi amiga-psicóloga, que psicológicamente no iba a estar preparada nunca, pensando en los tres horrorosos meses que me quedaban por delante y pensando en que en agosto daría a luz una persona a la que yo quería mucho y me defraudó y nos hizo daño a Juan Carlos y a mí, decidimos someternos a un nuevo tratamiento para una fecundación in vitro. A pesar del dolor queríamos intentar volver a tener una nueva ilusión en nuestras vidas. Mi amiga-psicóloga me había dicho que debería llevar en paralelo los dos sentimientos, por un lado la tristeza y por otro si me quedaba embarazada, la nueva ilusión.
Así, después del bautizo de nuestro ahijado y antes del bautizo de nuestra ahijada y entre medio de la misa y la bendición de nuestra hija, volvimos a pasar por todo el proceso. Anticonceptivos, ecografías, pinchazos, ecografías, incertidumbre, miedo. Mi ginecóloga de la IVI se portó muy bien con nosotros, incluso está vez antes de la extracción de ovocitos, mientras esperábamos en la habitación para entrar en quirófano hizo que viniera ha hablar con nosotros una psicóloga de la clínica para ver como nos encontrábamos. Al salir las chicas de recepción a las que ya conocía de sobra me animaron, me dijeron que era muy valiente, que era muy fuerte y que me admiraban. No sé, hasta ese momento, la verdad no me había considerado fuerte, ni valiente, ni nada parecido, pero he de decir que es por Juan Carlos. Si saco esa fuerza que no tengo es por él, por su apoyo, porque él está ahí, porqué él también estaba sufriendo.
Los siguientes días fueron como siempre en los otros procesos. Esperar, llamada, esperar, y llamada para decir si había transferencia o no.
Y sí, la hubo. Dos embriones y otro que se había congelado. Ahora de nuevo teníamos que esperar unos diez días más o menos para hacerme la beta y ver que pasaba.
Nadie sabía nada, así que dije que tenía lumbago y que estaba mala del estómago. No podía hacer esfuerzos, por lo que no parecía raro que no pudiera agacharme o coger a mi pequeño ahijado. ¡Qué mal lo pase!, sobre todo un día que el chiquitín tenía sueño y quería que yo lo durmiera. Lo tenía su madre cogido y me tendió sus bracitos para que lo acunara y al no cogerlo el pobrecillo se puso a llorar desconsoladamente de ver que no lo había cogido. ¡Cuánto sufrí!. Es que era muy gracioso. Cuando tenía sueño y yo estaba cerca le gustaba que lo durmiera y era gracioso porque cuando se acercaba Juan Carlos, se ponía a mover la piernecita, como empujándolo porque estaba a gusto.
Bueno, esos días fueron malos en muchos sentidos. Y llegó el día de la beta. Y después de un tortuoso día que me hicieron pasar (mi ginecóloga la pobre no estaba ese día, así que ella no pudo llamarme), me dijeron que no había buenas noticias. No estaba embarazada.
Ángela, hija mía. Te quiero tanto, mi pequeñita. La luz que nos ilumina.
ME DI CUENTA
Con este nuevo tratamiento, volví a sentir ese cosquilleo de ilusión, de emoción de saber el viaje que volvíamos a emprender. Sin embargo los días que hay entre la transferencia de embriones y la prueba beta para saber si estaba embarazada, esta vez fueron horribles. Lo pasé realmente mal, no quería moverme, ni hacer esfuerzos, cada vez que entraba al cuarto de baño tenía auténtico pánico. Juan Carlos se enfadaba conmigo porque no quería verme así. Estaba obsesionada y no podía evitarlo.
El también lo pasó muy mal. Estaba distinto a las otras veces. No se mostraba ilusionado, como que le daba un poco igual. Y es porque estuvo tan ilusionado, tan feliz con la llegada de Ángela, que me decía que no sabía se podría volver a sentir lo mismo, que su hija le había dado tanto amor, la había querido y la quería tanto, que estaba un poco confuso. Quería que lo volviéramos a intentar, pero a la misma vez le daba miedo volver a tener esos sentimientos, que ahora le estaban haciendo tanto daño.
El día de la beta, (tres días antes del bautizo de nuestra ahijada), fui temprano. Mi ginecóloga ese día no iba a estar por lo que me dijeron que me llamaría otro miembro de la clínica. Yo hice mis cálculos y pensé que la llamada sería alrededor de la una o las dos de la tarde. Conforme se acercaba la hora estaba más nerviosa y la llamada no llegaba. Ya a las dos y media llamé y saltaba el contestador. No cogían el teléfono de nuevo hasta las tres. Y esperamos. Casi no comí. Al final por una serie de circunstancias la llamada no se produjo hasta las cinco y media de la tarde. A esa hora yo ya sabía, o tenía claro que no había embarazo porque sino, no me explicaba que me hubieran tenido esperando tanto tiempo.
Me puse a llorar y le decía a Juan Carlos que lloraba porque cuando los metieron en mi vientre tenían vida. Pero conforme pasaban las horas, el día, al día siguiente, el mundo se me vino encima, porque no era por eso por lo que yo lloraba. Por eso llamé el viernes a la psicóloga a las ocho y media de la tarde y le dejé un mensaje en el contestador y por como me oyó la voz me llamó enseguida para hablar conmigo.
Estaba mal, muy mal, porque me había dado cuenta en esos momentos, que realmente no buscaba un embarazo, que lo que yo buscaba era estar embarazada de nuevo de Ángela y caí en la cuenta de que no podía ser. Qué no podía tener una segunda oportunidad, que no podía dar marcha atrás y volver a aquel día, me dí cuenta que quizás podría volver a tener una nueva oportunidad, pero no habría opción a una segunda oportunidad. El golpe fue realmente horroroso, hacerme a la idea, repetirme desde entonces todos los días, que no puedo volver atrás, que ya no puedo. Mi hija es única, por eso es especial. Así debe ser.
Todavía me gustaría volver atrás, pero ahora sé que no puedo.
Hija de mi vida, has sido, eres y serás tú. Una personita única y por eso especial. La mejor hija del mundo para tus padres que te queremos con toda el alma.
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