PREPARANDO LA HABITACION
Durante el mes de agosto, tuve que ir a dos revisiones más. Una en la Arrixaca y otra por lo privado. Todo seguía bien. En la privada además me hicieron otra ecografía y su crecimiento seguía siendo normal. Su corazoncito cada vez era más grande. Toda ella, era ya una pequeña gran muñequita.
De vuelta de la playa, empezamos a comprar las cosas para montarle la habitación. Aunque dormiría en nuestra habitación, en la suya la pintamos, de azul porque a pesar de ser niña me gustaba ese color por ser relajante, le pusimos la lámpara, las cortinas con motivos infantiles, el mueble bañera, un sofá pequeño donde poder darle las tomas con tranquilidad, sobre todo por las noches, el carricoche, de momento la mini cuna (aunque después la pasaríamos a nuestra habitación), y el armario con todas sus cositas, que poco a poco fui lavando para que todo estuviera recién limpio y con buen olor. Le compré suavizante nenuco y olía tan bien su ropita. Era tan gracioso ver el tendedero con toda su pequeña ropa, y luego a la hora de plancharla, como era tan pequeñita costaba un poco, pero al final todo quedó colgado en el armario y guardado en sus cajones.
Tantos años esa habitación vacía y ahora estaba tan bonita esperando la llegada de Ángela.
Ya era septiembre. Ya faltaba poco. Cada vez me costaba más trabajo dormir porque al estar más grande, la pobrecita intentaba ir buscando su hueco, su postura y a veces era como si notara que me empujaba las costillas hacia arriba. Otras entre el ardor y las veces que me levantaba al cuarto de baño era una odisea. Yo pensaba que qué sabio era el cuerpo, porque así de esta manera lo ibas acostumbrando a estar preparado para luego dormir poco. Y la verdad, no me importaba. Iba cansada pero estas horas que pasaba despierta, las empleaba en pensar en ella, en acariciarme la barriga, en disfrutar todos esos momentos. Se portaba tan bien durante la noche. ¡Era una dormilona!
Mi niña. Mi hija. Ángela vida mía. ¡Cuanto amor nos das!
CUIDÁNDOTE. ULTIMO MES
A lo largo del embarazo fui sintiendo, disfrutando, de cada momento con Ángela. Llevé un cuidado exagerado con ciertas cosas, como no llevar zapatos muy altos por miedo a caerme, ir bien alimentada para que ella fuera engordando bien y a la vez yo no cogiera mucho peso, no llevar el móvil cerca, hacer respiraciones profundas para que le llegara bien el oxigeno, no poner la tele o la radio fuerte. Algunas cosas sé que las llevé al extremo, pero me sentía mejor haciéndolas así. También procuraba hablarle mucho, decirle cuanto la quería, lo feliz que me hacía. Intentaba reírme con bastante frecuencia porque quería que mi hija notara esa felicidad y que sintiera que cuando llegara a este mundo íbamos a hacerla muy feliz. Me acariciaba la barriga tanto, que a algunos amigos les hacía gracia y me decían- que la iba a marear con tanta vuelta-. Le ponía música clásica, porque decían que era bueno, sobre todo de Mozart. Juan Carlos se compró el CD de Mónica Naranjo y cuando lo ponía en el coche ella se movía. No sé si es porque le gustaba o porque no. Pero nos hacía gracia como respondía ante ciertas cosas.
A veces se estiraba tanto que parecía que la piel se mi iba a abrir. Entonces Juan Carlos me pasaba la mano, por lo que sería su pequeña espaldita y entonces se relajaba. Le encantaba cuando su padre le hablaba o la acariciaba. Aunque parezca increíble, es cierto, lo conocía muy bien.
Ya estaba hecha un ovillito. La cabecita la tenía hacia abajo, la espaldita en el lado derecho de mi barriga, el culito arriba y las piernecitas doblaban hacía abajo (en dirección a la cabecita). Su posición era buena. Ya faltaba poco. Después de tantos días, de tantos meses, estábamos tan cerca de cogerla en brazos. Pero teníamos paciencia, porque sólo queríamos que el embarazo llegara a su fín para que ella estuviera bien, aunque es cierto que el último mes se hace más pesado.
Era la recta final. Ya habíamos empezado con los monitores, tanto en la Arrixaca como en lo privado. Comprobaban sus latidos y como andaba de contracciones. De momento todo bien, todo tranquilo.
¡Estabas agustito! ¿Verdad hija? Mi tesoro.
LLEGANDO AL FINAL
Hacía tiempo que no hablaba ni veía a mi psicóloga-amiga, así que me llamó para preguntar como estaba y me dijo que tenía ganas de verme. Me pasé por su consulta y se alegró mucho de verme tan gordita y que a pesar de echar de menos a mi madre y pensar que no iba a estar en esos momentos tan maravillosos, yo estaba feliz. Después de tantas lágrimas, tanto dolor, me sentía feliz. Ella sabía que yo cumpliría el 14 de octubre, por lo que quedó en llamar.
Me acuerdo que no paraba de mirarme la barriga en el espejo. La acariciaba y le decía a Ángela que pronto estaría en mis brazos. Había visto en un reportaje un parto en el que relataban que cuando sale el bebé y cruza esa primera mirada con su madre, era un momento mágico. Yo soñaba con ese momento. Me imaginaba sus pequeños ojitos mirándome por primera vez. Sabiendo en ese momento que yo era su madre. Pensaba en la primera vez que oyera la voz de Juan Carlos, que tan bien reconocía dentro de mi barriga.
Llegó final de septiembre y mi amiga-vecina, se puso de parto. ¡Qué emoción! Su pequeñín ya llegaba al mundo. Fue un parto largo, con alguna complicación, de las que me hablaría con el tiempo porque no quería que me asustara cuando me tocara a mí. Fuimos a ver al pequeñín. Era precioso, y aunque era chiquitín tenía unos ojos muy grandes, muy vivos, que reflejaban aún, el miedo de estar en el mundo. Durante todo el embarazo le dijeron que sería un bebé grande, pero luego su peso fue normal. Estaba bien. Ella ya lo tenía, ya lo conocía, y yo estaba muy emocionada. Pronto yo tendría a mi hija.
En los días siguientes, seguí haciéndome monitores, y todo seguía tranquilo. Pero ¡sorpresa!, en la penúltima ecografía que me hicieron en la UDO de la Arrixaca , me dijeron que su peso era en torno a los 3,665 Kg . ¡Madre mía! y todavía me quedaban unos 10 días. Llamamos a nuestros amigos-vecinos y se lo dijimos. Nos reímos mucho porque decíamos que la que iba a ser una barraquica era nuestra hija, ya que para ser niña era grande.
Yo pensaba si la ropita que le había comprado le estaría, pero no me agobie. Pensé que ya tendría tiempo después, de ir con ella a comprar muchas más cositas.
Tu amiguito ya estaba en el mundo. Ahora te tocaba a ti vida mía. Quedaba ¡tan poquito!
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