miércoles, 10 de abril de 2013

VIVIENDO LA REALIDAD

Han pasado ya unos días, y he tenido tiempo de serenarme, de asentar sentimientos y pensamientos e incluso de poder distraer la cabeza y el alma rodeándonos de cariño, mucho cariño y comprensión.
Y es que es difícil poder explicar lo que una siente porque es una mezcla muy grande de sentimientos, de subidas y bajadas, de vaivenes que te aceleran el corazón o te lo ralentizan.

El día de la beta, después de darles la noticia a mis amigos-vecinos, vino a verme ella. Nada más abrir la puerta se abrazó a mi y lloró. Lloramos juntas por largo rato y casi casi, era más yo la que la consolaba a ella, que ella a mi. Y es que había puesto tantas esperanzas, tantas ilusiones, tantos nervios. Creía que podría haber un milagro y que la vida podría recompensarnos tanto sufrimiento por una pérdida tan ilógica, tan irreal, tan injusta. Ella lo creyó hasta el final y creyó igualmente que no podía ser cierto que Ángela fuera a ser la única que quiso quedarse, la única que hizo del milagro de la vida, algo real, algo especial en nuestras vidas. Ella lo creyó hasta el final y  nosotros casi.

Y digo casi porque aunque yo quise creer y tener esperanza e ilusión,  al final creo que fui consciente de que quizás la vida ha intentado compensarme, compensarnos, de otras formas, que en nada tienen que ver con la llegada de un hijo, pero que han hecho que nuestra vida pueda ser un poquito más llena y plena, por el cariño que recibimos cada día de muy diversas formas.

Quiero creer ésto. Quiero quedarme con ésto, porque he llorado mucho pensando en que después de una desgracia tan terrible como la que hemos tenido que vivir, la vida, Dios, nos regalaría otra oportunidad, porque he podido tener la suerte de leer y compartir la alegría de muchas mamás que perdieron a sus bebés recién naciditos, (no de la forma que nosotros claro, pero la ausencia es la misma sea cual sea la causa) y después de algunos meses o algún año, han vuelto a poder tener otro hijo, así que yo creía y esperaba.

Pero han ido pasando las semanas, los meses, los años y al final no ha llegado y no he sentido rabia contra la vida, contra Dios por ésto, porque si miro a mi alrededor, si veo o leo muchas noticias que pasan por el mundo, me doy cuenta de que no soy nada especial, que hay gente, mucha gente, que sufre a diario, que muere sin un sin sentido, que pasa hambre, que tiene que vivir en una guerra constante, que sufre vejaciones, humillaciones, dolor, soledad, miedo, pérdidas........ En fin, que soy un grano de arena en un desierto, una gota de agua en un océano y no tengo más derecho que otro a ser recompensada por una tragedia como la que vivimos, porque no soy más especial que otro.

Sufrimos una injusticia que nos ha llevado a tener que intentar vivir con ello, a aprender a vivir de nuevo, y no hay un sólo día de mi vida en el que no desee volver atrás y poder cambiar lo que pasó, pero como sé que no puedo, no nos queda más remedio que vivir el día a día valorando, disfrutando y buscando todos los momentos buenos que podamos aprovechar, sabiendo llevar nuestros dos caminos. Aunque ahora uno de ellos empieza una nueva etapa. Con el otro, siempre tendremos vivir, aunque hubiésemos tenido mil hijos más, ese camino siempre estaría ahí.

Hija mía, después de tu marcha, me dijeron que podría intentarlo de nuevo, que podría volver a tener otro hijo, y yo les dije que NO, QUE NO QUERÍA OTRO HIJO, QUE YO TE QUERÍA A TI. Tú eras y eres especial y lo has demostrado mi vida. ERES ÚNICA. NUESTRA ÚNICA NIÑITA. Te queremos.