martes, 22 de noviembre de 2011

ENFRENTANDOME A LA VIDA

SENTIMIENTOS CONTRADICTORIOS

Los días seguían pasando. Había pasado un mes y volvimos a la casa en la que teníamos de vecinos pared con pared a nuestros amigos que habían tenido a su hijo dos semanas antes que mi hija. No nos habíamos visto, aunque un día sí y otro no, él llamaba a Juan Carlos. Para nosotros era duro, pero para ellos sé que fue horroroso, sé que lo pasaron realmente mal, por eso Juan Carlos habló con él y le dijo que habíamos pensado instalarnos, que aún no estábamos preparados para verlos pero que en ningún caso queríamos que ellos estuvieran violentos, y que si en algún momento se angustiaban nos lo dijeran.

Las semanas siguientes fueron de sentimientos contradictorios. Había momentos en los que el dolor era tan grande que mi forma de intentar soportarlo era pensar que no había estado embarazada, que no había ocurrido. Otras veces no podía aislarme y cada noche recreaba una y otra vez aquel tortuoso día, aquella pesadilla que le costó la vida a mi hija. Otros días quería estar de nuevo embarazada, como para pensar que todavía no había ocurrido nada, que aún había tiempo. Pero al final del día, la realidad volvía a mí.

Muchos días oía llorar al bebé de mi amiga-vecina y cuando no podía conseguir que se callara, sé que se ponía muy nerviosa y que incluso se lo llevaban a las habitaciones que quedaran más lejos de la casa para evitar que lo oyéramos. Pero en esos momentos, yo no sentía tristeza, mi único pensamiento y mi deseo era poder ir a cogerlo y consolarlo. Era un sentimiento de protección hacía él y no sé, como una necesidad para mí.

Todos los días hablaba con mi amiga-psicóloga, me desahogaba un rato y le contaba los sentimientos que iba teniendo y al comentarle lo de los llantos del bebé me dijo que posiblemente experimentaría los sentimientos que he descrito.

Ya después de tres meses, un día que psicológicamente me encontraba más fuerte, le dije a Juan Carlos de acercarnos a ver a nuestros amigos-vecinos. Los llamamos para comentárselo y fuimos. Nos abrió él, y nos abrazamos y nos dimos dos besos, acto seguido ella salió y se abrazó a mí llorando. Ya después al entrar al salón vimos al pequeño en la maquita. No lo habíamos visto desde hacía tres meses. Estaba tan cambiado. El pequeño volvió su pequeña cabecita y nos miró. Fue un momento duro, pero a la vez de sentimientos reconfortantes, por el apoyo y el cariño tan grande de ellos y porque quizás, ellos mejor que nadie, sabían como lo estábamos pasando. Hablamos, lloramos, nos abrazamos y su cariño y generosidad se fue haciendo más patente.

Ángela cielo mío, te habríamos hecho ¡tan feliz! Te quiero mi vida.



DEJARNOS COMPARTIR

Desde el reencuentro con nuestro amigos-vecinos, el contacto fue un poco más continuo. El llamaba a Juan Carlos para preguntarle y ella me llamaba a mí. Los dos a nuestro lado. Un día me llamó y me preguntó como estaba y si me encontraba con fuerzas para quedarme un rato con su hijo, poque ella iba a salir. Yo le dije que sí, que me lo dejara, que "me encontraba bien". Y se fue. Y me dejó a su hijo. Y sé que le costaría un mundo dejar a su hijo tan pequeño. Y sé que lo hacía para dejarme disfrutar el poder sentir el calor y el cariño del pequeño. Y esos ratos que pasaba con el chiquitín me reconfortaban. Me ayudaban a poder exteriorizar los sentimientos de amor que llevaba dentro. Y los disfrutaba, meciéndolo, mirándolo, sintiendo su contacto. Y sé que el estaba a gusto porque se dormía placidamente durante bastante rato y cuando se despertaba me miraba y no se extrañaba. Cuando Juan Carlos llegaba y oía la tele floja, ya sabía que el pequeñín estaba conmigo durmiendo. A él también le gustaba esa sensación. También le gustaba cogerlo y poder exteriorizar ese cariño. Y me lo dejó varias veces más. Y sé que es parte de su generosidad. Sé que de alguna forma intentaba poder compartir a su pequeño. Que pudiéramos poder sentir esas sensaciones que no nos habían dejado disfrutar de Ángela.

Cuando íbamos a su casa y pillaba la hora del baño, ella aprovechaba para dejarme a solas con él para que yo lo vistiera y pudiera hacerle cualquier carantoña o mimo y me sintiera con toda libertad. Incluso un día me dijo si quería bañarlo yo, pero la verdad no me atreví.

Me gustaba tanto ver a Juan Carlos con el pequeño en brazos. Lo había imaginado tantas veces con mi hija en brazos, y me dolía tanto que lo hubieran privado de eso y de tantas cosas.

Teníamos momentos malos, muy malos pero esos ratos que nuestros amigos-vecinos nos hacían compartir con su hijo, nos ayudaban a sacar las emociones, los sentimientos, a pesar de que la tristeza estaba ahí, el dolor estaba.

¡Cuantos sueños rotos, Ángela! Vida mía.



IR DANDO PASOS

Los días seguían pasando. Las semanas seguían pasando. Habían pasado las navidades. Las tristes y solitarias navidades. Había pasado el 27 de enero. Hacía un año que mi hija había empezado a crecer dentro de mí. Santa Ángela. Nunca podré olvidar ese día, igual que muchos otros en los que mi hija nos hizo sentir la felicidad plena. Y ahí seguíamos. Intentando luchar. Intentando vivir con el dolor. Intentando ser fuertes por ella y el uno por el otro.

Habían pasado casi cinco meses y aún no conocíamos a la hija de nuestros otros amigos (la pequeña que había nacido prematura 18 días después que mi hija). Hicimos un esfuerzo y con un nudo en el estómago fuimos a conocerla. La pequeña a pesar de tener casi cinco meses era chiquitina, como había nacido con casi dos meses de antelación, pero a la misma vez estaba gordita. En un momento en que mi amiga salió y la pequeña se puso a llorar, yo la cogí y al entrar ella y verme con la niña en brazos le dio mucho sentimiento y me dijo que se le hacía muy duro verme con la pequeña en brazos. Pero no me importó, aunque fuera duro tenía que ir intentando ir pasando obstáculos. Y ellos se lo merecían. Estuvimos poco tiempo y con el alma encogida le dije que comprara algo para su hija y nos lo dijera para darle el dinero. Lo que ella eligiera sería nuestro regalo. Y nos dijeron que el mejor regalo era que hubiéramos hecho el esfuerzo de ir a conocer a su hija. Para ellos era regalo suficiente. Y nos fuimos. Cogidos de la mano. Con la sensación de haber hecho algo bueno, pero con el corazón roto.

Y llegó febrero. Y para que me diera tiempo a recuperarme físicamente y estar psicológicamente un poco más fuerte, me habían citado en esas fechas en el juzgado para ratificar la querella y prestar declaración. Y fuimos Juan Carlos, una cuñada y nuestro abogado. Y ratifiqué la querella y como cada día volví a revivir aquel tortuoso día y se lo relaté a la funcionaria. Lloré, de dolor y de verme en aquel sitio pensando en el motivo por el que estaba allí. Pero había que hacerlo. Ya no quedaba otra cosa que intentar luchar porque se hiciera justicia. Yo ya no pensaba en mi dolor, en el de Juan Carlos, lo que más me torturaba era lo que le habían hecho pasar a mi hija, con lo fácil que hubiera sido salvarla.

Ángela, mi bebé, mi hija. El tesoro de tus padres.

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