martes, 29 de noviembre de 2011

INTENTARLO PARA HACERNOS FUERTES

NUEVA OPORTUNIDAD
Una vez que habíamos pasado el duro trance de llegar al primer aniversario sin Ángela e intentando renovar la ilusión y la esperanza, volvimos a retomar la decisión de intentar volver a ser padres y puesto que ya lo teníamos hablado con la clínica y ya me había puesto la medicación para preparar mi cuerpo, sólo faltaba que el embrión que estaba congelado sobreviviera a la descongelación. Esto sería el 19 de octubre.
Con la incertidumbre de no saber que habría pasado nos dirigimos a la IVI, con la mayor energía positiva de la que éramos capaces y la noticia fue buena. Podía someterme a la transferencia del embrión ya que sí había sobrevivido. De nuevo mi ginecóloga fue la que me asistió en quirófano y de nuevo se mostró muy cariñosa con nosotros deseándonos de todo corazón suerte y dándonos un emotivo abrazo.
Esta vez si lo sabían nuestros amigos-vecinos (nadie más), y ante un proceso nuevo para ellos, se mostraban expectantes, cautelosos, también en parte por no saber muy bien como mostrarse, ya que por un lado estaban contentos y por otro sabían nuestra mezcla de sentimientos y de nuevo el miedo al que nos enfrentábamos. A mi pequeño ahijado preferí no verlo en los primeros días porque me sería muy duro no poder cogerlo cuando me ofreciera sus bracitos. Y como dicen: ojos que no ven corazón que no siente", me resultaba más fácil así, pero lo echaba mucho de menos.
Pasaron los días, y como en las otras ocasiones, estuve de reposo, con precaución, intentando mantener mi ánimo lo más optimista posible, y aunque tenía miedo, está vez no fue tan duro como el otro intento que habíamos hecho antes del verano, en el que ya expliqué porque de ese temor, de ese pavor tan grande a no quedarme embarazada, ya que esa vez lo que yo quería era estar embarazada de nuevo de Ángela.
Unos días antes de la beta, oí a mi pequeño ahijado que estaba fuera con su padre y Juan Carlos, y ya no pude aguantar más y salí. Estaba en brazos de su padre y al verme se volvió como enfadado, pero al acercarme me volvió a mirar y me extendió sus brazos. Con la ayuda de Juan Carlos, que sostuvo su peso, abracé al pequeño que me devolvió un maravilloso abrazo que me estremeció hasta lo más profundo.
Y por fin llegó el día. Fui temprano a sacarme sangre y a media mañana, llamó mi ginecóloga para decirme que no había habido suerte. No había embarazo. Llamé a Juan Carlos y después le puse un mensaje a mi amiga-vecina porque sabía que estaban esperando. Lloré. Lloré y me desahogué y todo el optimismo que había intentado tener esos días se vino abajo. Sin embargo esta vez además de llorar por no conseguir el embarazo, lloraba por miedo. Tenía miedo a no poder quedarme embarazada de nuevo, a pensar que quizás Ángela era la única oportunidad que había tenido para poder tener un hijo. Mi amiga-vecina vino con el pequeño y al menos pude disfrutar de poder cogerlo, agacharme a jugar con el y verlo sonreír mientras lo zarandeaba en el aire. Ellos son la mejor medicina en muchos momentos.
Ángela, queríamos darte un hermanito, pero aún no es posible. Seguiremos luchando porque sé que siempre estarás con nosotros. Te queremos.


COGIENDO FUERZAS
Posiblemente el no quedarme embarazada con estos dos nuevos intentos nos iba a venir bien para ir encontrándonos, para ir volviendo al punto de origen donde una vez, la primera vez con el primer tratamiento, teníamos tan claro. Es decir, si me quedaba embarazada bien y sino, pues bueno dentro de todo teníamos suerte de tenernos el uno al otro, de querernos y llevarnos bien. Y además aunque no pudiéramos disfrutar de nuestra hija, ya éramos padres. Nos había hecho descubrir y disfrutar de ese amor durante nueve maravillosos meses. Nos había dejado soñar y a la misma vez vivir la realidad.
Sin embargo, ahora ese planteamiento que al principio teníamos tan claro, ahora se hacía mucho más duro. Ya no era lo mismo. Sí, nos teníamos el uno al otro, nos queríamos, nos llevábamos bien, pero ahora a pesar de tener miedo por no saber si volveríamos a tener un sentimiento tan grande como el que pudimos descubrir con Ángela, ahora, ya no era tan fácil, porque nuestro sueño lo tuvimos en la punta de los dedos, porque todo aquello que yo no conocía pero que gracias a mi hija pude experimentar, me llenó. Nos sobrepasó. Y es como si quisiéramos poder seguir disfrutando del resto de lo que tanto habíamos imaginado y que nos cortaron de raíz.
De todas formas, debíamos, necesitábamos, sobre todo yo, volver a poner los pies en la tierra. Necesitaba volver a ilusionarme, pero no a obsesionarme. Necesitaba saber que debía volver a luchar, desde el principio, intentando con todas nuestras fuerzas no atormentarnos por lo que ya sabíamos no tenía solución.
Si habíamos llegado hasta allí, si estábamos siendo fuertes a pesar de los pesares, queríamos volver a intentarlo. Mi cabeza empezó a hacer grandes esfuerzos por mirar lo positivo, por girar una y otra vez mis pensamientos hacía todo lo bueno, por intentar quitarme el miedo y por mirar hacia adelante.

¡Estas tan cerca mi amor y a la vez tan lejos! Te siento en mi corazón y en mis entrañas pero no puedo abrazarte ni besarte. Pero ESTAS vida mía, ESTAS. Te queremos.

No hay comentarios: